13 septiembre, 2009

SAN JUAN DE LA CRUZ. EVOCACIÓN DE SU MUERTE








EVOCACIÓN DE LA MUERTE DE
SAN JUAN DE LA CRUZ


Himno: Dum crucem gestat…

FRAY JUAN: (A doña Ana de Peñalosa, en Segovia)

-Jesús sea en su alma, mi hija en Cristo:

-Yo recibí aquí en la Peñuela el pliego de cartas que me trajo el criado. Tengo en mucho el cuidado. Mañana me voy a Úbeda a curar de unas calenturillas que, como ha más de ocho días que me dan cada día y no se me quitan, paréceme habré menester ayuda de medicina. Pero con intento de volverme luego aquí, que, cierto, en esta santa soledad me hallo muy bien…

-Ahora no me acuerdo más que escribir, y por amor de la calentura también o dejo, que bien me quisiera alargar.

De La Peñuela y setiembre de 1591


CRONISTA:

El 28 de setiembre de 1591, el padre fray Juan de la Cruz, enfermo de calenturas, con una pierna inflamada, sale de la Peñuela, camino de Úbeda.

Baja de Sierra Morena hacia la vega del Guadalimar.

El paisaje de su último viaje es ameno: pequeños montes poblados de arbustos, desnudos y altos cerros de forma cónica, pequeñas explanadas regadas por el río, vega silenciosa cargada de álamos y adelfas.

Al llegar al puente de Ariza, fray Juan se detiene a descansar. Está fatigado e inapetente. Ya hace dos o tres días que no puede comer. Al preguntarle el hermano que le acompaña si le apetece algo, dice fray Juan:


FRAY JUAN:

-Unos espárragos, si los hubiere.


CRONISTA:

El hermano busca afanosamente. Al cabo de un rato ve muy cerca, sobre una piedra del río, un manojo de espárragos trigueros. Fray Juan no se sorprende y ruega al hermano:


FRAY JUAN:

-Id y tomadlos. Y poned una piedra donde están, y sobre ella cuatro maravedís. Será de alguien, hermano, este manojo. Todo cuanto hay en la vida a alguien pertenece.


CRONISTA:

Y reanudan el viaje. El camino sube zigzagueante la loma izquierda del río, siempre hacia el sur. Son tres leguas de cuestecillas en curvas.

Fray Juan cierra los ojos y no ve en su vida más que ríos. El Zapardiel, con aquel monstruo salido del fango; el Segura, lleno de pecadillos de monja y soledades; ahora el Guadalimar, que empuja la lágrima de la despedida. Y antes de llegar a Úbeda, el Guadalquivir tuvo que avisarle que los barcos no saldrían para el Nuevo Mundo hasta que él no hubiese volado al Paraíso.

Cuando llegan a Úbeda, mientras el cocinero guisa los espárragos, que serán toda la cena del enfermo, el pobre fray Juan, por divertir a los religiosos, cuenta la anécdota del hallazgo quitándole importancia.

Los frailes, sin embargo, creen verdadera maravilla, ya que no es tiempo de espárragos.

En 1591, Úbeda es una ciudad importante, hermoseada con monumentos de piedra y filigrana, envuelta en su mejor historia de gentes entrañables. Fray Juan deseaba curarse de su mal allá donde nadie le conociese, pero es imposible conseguirlo en tales condiciones por la bondad de los ubetenses.


(Un reflexivo silencio)


CRONISTA:

Personas de profunda fe, como María de Molina, los doctores Villarreal y Robles, doña Clara de Benavides, don Cristóbal de la Higuera y otros muchos, se ofrecen incondicionalmente para todo lo que el enfermo necesite. Él, sin embargo, nada precisa. Tiene lo suficiente: una celda sencilla con una austera tarima para descansar y una gran cruz desnuda. Además, lo que nadie en el convento puede medir: unas alas crecidas.

A los pocos días de su llegada a Úbeda, fray Juan cae en la pobre tarima para no levantarse más: la enfermedad se declara en toda su fuerza. Se trata de una erisipela en el empeine del pie derecho que comenzó por un granillo, convertido ya en una inflamación virulenta que revienta en cinco llagas formando una cruz.

Fray Juan las contempla, no sólo resignado, sino hasta con cariño. Le recuerdan las cinco llagas de Jesús crucificado. La llaga del centro está precisamente en la parte donde debió estar el clavo en el pie de Cristo. Es la más grande y la que le da más devoción.

Fray Juan está viviendo sus propios versos. Él es ahora el pastorcito enamorado que se ofrece en silencio, porque ama al amado y goza de su Viento.


CANTO: POEMA DEL PASTORCICO


(Después de un brevísimo silencio, una religiosa desde la clausura y con buena voz debe casi declamar. Esto, siempre que la evocación se desarrolle en monasterios de carmelitas )


RELIGIOSA:
La única pena que tiene ahora fray Juan es la de no haber llegado todavía a lo más hondo del pecho. Levanta los ojos sólo para ver la desmesura del amor convertido en pastora y pensamiento. Y se crece Juan de la Cruz, achicándose en un arrullo de contemplación.


CRONISTA:
Las curas son frecuentes y dolorosas. El cirujano, Ambrosio de Villarreal, se ve obligado a sajar la pierna. Corta trocitos de carne, hurga entre los nervios, quemándole las heridas...

Mientras los asistentes se estremecen sólo de verlo, fray Juan, con las manos juntas delante del pecho como acostumbra para su oración, soporta con rostro alegre la terrible cura y dice al médico:


FRAY JUAN:

-¿Qué ha hecho vuestra merced, señor licenciado?


MÉDICO:

-Le he abierto el pie y me pregunta qué le he hecho.


FRAY JUAN:

-Si es menester cortar más, corte enhorabuena y hágase la voluntad de mi Señor Jesucristo.


CRONISTA:

El licenciado Villarreal está admirado de su entereza, de la dulce expresión con que resiste las curas, de la sencillez con que le habla, constantemente, de cosas espirituales. Y requiere vasijas para llenarse él también de misterio.

El cuerpo del enfermo se va convirtiendo en una pura llaga. Ya no son sólo las piernas las que están dañadas. Un nuevo tumor se ha abierto en la espalda. Las llagas son amplias, profundas, y supuran constantemente.

Todos se admiran del buen olor que emanan. Lo experimentan especialmente doña María de Molina y sus dos hijas, Catalina e Inés, que generosamente se han encargado de lavar las vendas y los paños con que le empapan. Ellas también han querido quedarse con el tesoro de su perfume.

Fray Juan ya no puede valerse por sí mismo. La debilidad y los dolores le impiden hasta cambiar de postura: al fin, un cambio de postura será la muerte. Para aliviarlo, cuelgan del techo de la celda una cuerda sobre la cama. Asido a ella puede moverse un poco. Pero él no se queja. Apenas habla. Sólo repite como si fuera una jaculatoria:


FRAY JUAN:

-Señor: más paciencia, más amor y más dolor. Cómo explicarles, Señor, a los que no son amantes, el sabor de estos vinos...


CRONISTA:

Es “la noche” de fray Juan. Oscura, pero siempre abierta a la luz, a la aurora de la mañana. Es la llamarada de sus llamas de amor viva que estrangulan con fuego dulce la escasa vida que le queda.


CANTO NOCHE OSCURA… En una noche oscura…


CRONISTA:

Desde la víspera de la Concepción de la Virgen, el siete de diciembre, se advierte en el enfermo un empeoramiento que denuncia, además, la subida de la fiebre.

El médico ve conveniente decir a fray Juan que se muere. Pero él solo no se atreve. Por fin, el padre Alonso se compromete a hacerlo, rogándole al doctor Villarreal que le acompañe.

Cuando los dos están ante la cama de paciente, refiere el padre Alonso:


P.ALONSO:

-Padre Juan, el señor licenciado dice que vuestra reverencia se va acabando. Póngase a bien con Dios…


CRONISTA:

…”Póngase a bien con Dios”. Sus frailes no han tenido manos para tomarle el pulso. No están preparados para abarcar tanta inocencia. Pero fray Juan junta las manos en su pecho y responde como si fuera un mendigo:


FRAY JUAN:

-¿Qué me muero?. ¡Qué alegría cuando me dijeron: Vamos a la casa del Señor!


CRONISTA:

El día once, miércoles, pide el Viático, que recibe con pasión de enamorado. Le acompaña el hermano Diego, que casi no se separa de su lado. A modo de confidencia, fray Juan le habla:


FRAY JUAN:

-Me voy de este mundo…


CRONISTA:

El hermano Diego, emocionado, se pone de rodillas y le pide su bendición.

Fray Juan quiere excusarse, pero el enfermero le coge la mano y se la besa llorando, mientras le insiste en que le bendiga.

Fray Juan había oído a la Madre Teresa reclamar para sus carmelos lo divino y lo humano juntamente. Es ahora el hombre quien pregunta:


FRAY JUAN:

-Hermano Diego, ¿siente que yo me muera?

FRAY DIEGO:

-Sí, padre, pero me conformo con la voluntad de Dios.


FRAY JUAN:

-Conserve siempre esa disposición de ánimo en todas las cosas y Dios le bendecirá.


CRONISTA:

El padre Antonio Heredia, provincial y compañero de fray Juan en la primera fundación de Duruelo, con frecuencia acude a la cabecera del enfermo. Para consolarle, le dice en tales circunstancias:


P.ANTONIO:

-Padre Juan, anímese mucho. Tenga confianza en Dios y acuérdese de las obras que hicimos, y de los trabajos que padecimos en los principios de esta religión.


FRAY JUAN:

-No me diga eso, padre, dígame mis pecados.


CRONISTA:

Y se queda recogido, con los ojos cerrados, sin duda en oración, amando al Amado de su alma. Tal vez recuerde aquella mano que le salvó de ahogarse cuando niño y que ha de verla venir por el cuello de la noche abriéndose en caricias. No es hora de hablar, sino tiempo de reposo para que ningún viento quiebre la espesura del beso del Amado. Es tiempo de ver cómo rueda la luz por las esquinas del silencio.


(CANTO: Olvido de lo criado…)


CRONISTA:

Es prior de Úbeda el padre Francisco Crisóstomo, hombre de ciencia y buen predicador, pero de carácter agrio y destemplado, carente de condiciones de mando. Aún es joven para haber aprendido que mandar es una carga de obediencias, que sólo los virtuosos pueden ejercer sin ser notados.

Además, no es muy amigo de fray Juan. No sabe disimular su fastidio ante él. Manifiesta constantemente que le duelen los gastos que su enfermedad ocasiona al convento. Le molesta el interés, cada día más vivo y general, con que tantos vecinos de Úbeda se interesan por él… La envidia es una herida larga que suele sangrar en los conventos.

Con frecuencia, son los mismos religiosos los que han de lanzarse a la calle en busca de alimentos y medicinas, ya que el padre prior no lo atiende ni en lo estrictamente necesario. Un día, en la celda del enfermo, el hermano Francisco se lamenta de la dureza, incomprensión e injusticias del padre prior. Fray Juan le amonesta dulcemente:


FRAY JUAN:

-No se le dé en nada, hermano, encomiéndelo a Dios y tenga paciencia, que Él nos la dará.


CRONISTA:

Siempre encuentra una excusa `para el superior. Nadie le oye una queja contra él.


CRONISTA:

Llega el día trece.

Fray Juan siente que se acaba por momentos y dice al hermano Diego que llame al padre prior. Cuando lo tiene delante, le ruega:


FRAY JUAN:

-Perdone, padre, las molestias y los gastos que le haya ocasionado durante mi enfermedad.


CRONISTA:

El padre prior, avergonzado de su conducta, quiere excusarse:


P.PRIOR:

-Perdóneme también, padre Juan, lo mal que a veces le he atendido. Comprenda que se debe, en parte, a la pobreza de la comunidad. Por eso no le hemos podido dar todo cuanto hubiéramos deseado.


CRONISTA:
Fray Juan, que viene de escuchar las palabras de Dios, le profetiza:


FRAY JUAN:

-Padre prior, yo estoy contento y tengo más de lo que merezco. Y no se fatigue ni aflija que hoy esta casa sufra necesidad. Tenga confianza en Nuestro Señor, que tiempo ha de venir en que esta casa tenga lo que ha de menester.


CRONISTA:

Y continúa:


FRAY JUAN:

-Padre nuestro, allí está el hábito de la Virgen que he traído en uso. Yo soy pobre y no tengo con qué enterrarme. Por amor de Dios le suplico que me lo dé de limosna.


CRONISTA:

Y le pide la bendición. Y el prior sale de la celda llorando. La verdad siempre termina rompiendo los hilos de las costuras falsas. Nadie puede con la sencillez evangélica de fray Juan de la Cruz, que ha sabido cambiar sin palabras el ánimo de Francisco Crisóstomo hasta el punto de que el prior ya no quiere separarse del santo.

Varias veces le ven los religiosos de rodillas ante la cama de fray Juan. Y hasta le pide el breviario como recuerdo. Fray Juan le contesta:


FRAY JUAN:

-Yo no tengo cosa mía que darle. Todo es suyo, pues es mi prelado.


CRONISTA:

Recibido el Último Sacramento, que el mismo fray Juan había pedido, toma en sus manos un crucifijo y le besa los pies repetidas veces, exclamando versículos de la Sagrada Escritura.

Los religiosos le hablan y le preguntan. Pero fray Juan calla. No puede hablar. Sólo les dice con dulzura:


FRAY JUAN:

-Perdónenme. No les puedo responder. Me estoy consumiendo en dolores.


CRONISTA:

Y consumirse en dolores es, en cierto modo, transformarse. Transformarse en Dios. Y él mismo nos deja, para adivinarlo, un poema ardiendo.


(CANTO: Oh llama de amor viva…).


CRONISTA:

Desde las diez de la noche, pregunta fray Juan insistentemente qué hora es. Cuando le dicen que las diez, manda a los religiosos que le acompañan que se retiren a descansar. Él les avisará cuando sea hora… La hora, cuando no se sabe el final, es siempre una fatiga.

Hora y media más tarde vuelve a preguntar:


FRAY JUAN:

-¿Qué hora es?

CRONISTA:

Fray Pedro, que está junto a la cama, no puede sostener el tiempo con las manos y le contesta:


FRAY PEDRO:

-Son las once y media…


CRONISTA:

El padre Juan pone rostro de alegría y exclama:


FRAY JUAN:

-Ya se va acercando la hora. Llame a los padres.


CRONISTA:

Al poco tiempo entran en la celda catorce o quince religiosos con sus candiles encendidos, que van colocando ordenadamente en los clavillos de la pared.

El padre prior pregunta a fray Juan cómo se encuentra. Y él, asiéndose a la cuerda que pende del pecho, logra incorporarse. Se sienta en la cama y anima:

FRAY JUAN:

-¿Quieren que digamos el salmo De profundis, que estoy muy valiente?


CRONISTA:

Y lo recitan, alternativamente, el enfermo y la comunidad.


FRAY JUAN:

-Desde lo hondo a ti grito, Señor,
Señor escucha mi voz,
Estén tus oídos atentos
A la voz de mi súplica.


COMUNIDAD:

-Si llevas cuenta de los delitos, Señor,
¿quién podrá resistir?
Pero de ti procede el perdón
Y así infundes respeto.


FRAY JUAN:

-Mi alma espera en el Señor,
Espera en su palabra.
Mi alma aguarda al Señor,
Más que el centinela la aurora.


COMUNIDAD:

-Aguarde Israel al Señor,
Como el centinela la aurora,
Porque del Señor viene la misericordia,
La redención copiosa,
Y él redimirá a Israel
De todos sus delitos.


CRONISTA:

Luego recitan el miserere y el salmo In te , Domine, speravi. Mientras tanto el hermano Francisco, que está a la cabecera de la cama, cree ver un globo luminoso que comienza en el techo de la celda y llega hasta los pies del enfermo, anulando la claridad de las luces de velas y candiles que hay en la habitación.

Una vez recitados los salmos, fray Juan pide al padre prior que le traiga el Santísimo Sacramento, para adorarle y despedirse.

Cuando le tiene delante se desahoga en alabanzas y súplicas que emocionan a los religiosos.

Y exclama:


FRAY JUAN:

-Ya, Señor, no os tengo de volver a ver con los ojos mortales.


CRONISTA:

A través de la fe, fray Juan ya ha vislumbrado a su Dios. Y ha percibido la música callada de aquella fonte que mana y corre…

Él ha bebido de ella. Y ahora no sabe si es agua o que ha vuelto a sus labios el jugo de las granadas.

Sólo queda ya esperar con ansias en instante de saltar a la Vida. Se están quemando ya las telas de la distancia.


(CANTO: La fonte…).


CRONISTA:

Fray Juan vuelve a preguntar, ya sin gemidos:


FRAY JUAN:

-¿Qué hora es?


CRONISTA:

Le dice que aún son las doce.


FRAY JUAN:

-A esa hora estaré yo delante de Dios nuestro Señor celebrando maitines.


CRONISTA:

Los religiosos comienzan a hojear el breviario, un poco aturdidos, buscando la recomendación del alma. El padre prior comienza a leerla. Pero el enfermo advierte la última incomprensión y dulcemente pide:


FRAY JUAN:

-Déjenlo, por amor de Dios, y quiétense. Dígame, padre, de los Cantares, que eso otro no ha menester


CRONISTA:

Y un religioso toma las Sagradas Escrituras como quien levanta un niño hasta los ojos; después, lenta, llorosamente recita:

Mi Amado es apuesto y sonrosado,
Se distingue entre diez mil.
Su cabeza es un lingote de oro puro.
Sus labios son lirios
Y su vientre una talla de marfil
Sus ojos son dos palomas. Dos palomas…

Fray Juan, embelesado, agradece:


FRAY JUAN:

-¡Oh, qué preciosas margaritas!



(CANTO… Cántico Espiritual)


CRONISTA:

Sus ojos son dos palomas, se le oye decir entre susurros. Y un clamor en vivo, apenas entendible:


FRAY JUAN:

-He consumido, Señor, hasta la última gota de la vida. ¿Qué puedo ya decirte que no te haya dicho? ¿Qué perfumes quedarán en mi vaso que en ti no haya derramado?. Nos hemos amado tanto que casi todas las noches terminábamos con los cabellos enredados, tapándonos la boca de los besos. Luego te ibas, antes del amanecer, y yo me quedaba sin tu vientre, sin la sortija de tus dedos, sin el aprieto en el que respiraba… ¿Y esas campanas?


FRAY DIEGO:

-Son las de El Salvador, padre Juan, que se anticipan a la medianoche.


FRAY JUAN:

-¿Dónde tienes las manos, Señor, que las busca mi espíritu?...Que se aparten las sombras de la madrugada, que las campanas callen y cese el llanto de las mariposas. Que las palabras se balanceen en su lengua de mimbre, que en busca del Amado voy… Que voy de vuelo.


FIN

P.V.







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