07 noviembre, 2009

DOMINGO XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO. I REYES 17, 10-16 ; MARCOS 12, 38-44


E

EL PAN INTERMINABLE


Las gotas de aceite y el puñado de harina con los que intentan sobrevivir la viuda de Sarepta y su hijo, son la señal también para el hambre y el milagro del profeta Elías.

Desde que la viuda accede a fabricar una torta para el profeta cansado, posponiendo su hambre y la de su hijo, nunca más le faltó harina y aceite en la angustiosa carencia de la sequía. Dio lo último que le quedaba, y esa generosidad se convirtió en pan interminable...

De niño, solíamos ir la familia, después de la misa del domingo, a tomar un aperitivo que, escaso por aquellas circunstancias, se trataba de una gaseosa para tres y un casi siempre rancio paquete de patatas fritas. Cuando a un tío mío le tocaba pagar, siempre dejaba exageradas propinas que un día fueron motivo de mi advertencia:

-Sobrino, en la vida hay que ser generoso. El que sólo da monedas, recoge calderilla. El que se da a cuentagotas, recoge las sobras de los demás. Sobrino, en la vida hay que ser siempre generoso.



DAR DE LO QUE FALTA


La otra viuda del evangelio (condición que remarca el estado civil del desamparo), también se dispone a entregar lo único que le queda, abandonada en una Providencia que multiplica hasta el infinito lo que recibe.

En la vida, en los matrimonios, en la familia... el que da monedas sobrantes recibe calderilla; al que ofrece tiempos parciales, le corresponden con relojes de arena; sin embargo, el que regala su vida al otro, recibe del otro su eternidad.


La señal de lo verdadero es que duela, que cueste trabajo la donación, para que así el riesgo se goce en la esperanza.
He querido ilustrar esta reflexión con las manos del Santo Cura de Ars porque son manos anchas de padre generoso, manos abiertas siempre a la misericordia y al regalo: que ellas nos enseñen que el pan y el amor son para todos.

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