15 noviembre, 2009

DOMINGO XXXIII Del TIEMPO ORDINARIO. Danielm12, 1-3 ; Marcos 3, 24-32







TIEMPOS DIFÍCILES



El profeta Daniel ya nos alerta que han de venir otros tiempos más difíciles. Tanto, que se caerán las estrellas de la costumbre de su cielo y habrá murallas que detengan el paso de la esperanza. Tiempos difíciles...



También ahora los estamos atravesando. No sólo en el campo social, político o económico, que también, sino en el personal, en eso de echarse mano al alma y encontrarla cansada, sin atrevimientos, sin que irrumpa con fuerza el amor que casi siempre llevamos. Tiempos difíciles son los de aquellos que no pueden llegar a fin de mes y se quedan eternamente dolidos en el principio. Para los que descubrimos que nos han robado la cartera de la vida y ahora es un derecho matar a los inocentes. Difíciles para los hijos que serán hombres y mujeres mañana y no han recibido del mundo más que incertidumbres y acomodos.



Ayer dimos sepultura a un hombre con 90 años que a los treinta se quedó semiparalítico y, sin "posibles" y sin fisioterapeutas, se ejercitaba cada día empuñando el arado y sujetándose al ritmo de la siembra... Llegó a caminar, con bastón de acebuche toda la vida, pero caminó, porque se había sujetado al mejor punto de apoyo que pudo encontrar...



Tiempos difíciles para todos. Los cristianos no debemos lamentarnos solamente, sino empuñar la fe en Jesucristo, el arado que nos mantiene caminantes y seguir sembrando al ritmo del amor que nos habla.





IGLESIA DIOCESANA



De tanto mirar hacia fuera, descuidamos con frecuencia agradecer y colaborar con los servicios y los servidores que nos enriquecen a diario. Solemos ser generosos con las misiones, con las ayudas puntuales que nos mueven el corazón, con el auxilio que debemos a las tragedias. No tanto cuando pedimos para el arreglo de nuestra casa, para la cal de nuestras fachadas, la lija y el barniz de nuestros bancos, la luz cada vez más cara que nos alumbra, la limpieza de los lugares donde nos reunimos, el arreglo de nuestros altares... sin contar el goteo silencioso de las colaboraciones inminentes a las que no podemos ni debemos negarnos por la urgencia. También nos olvidamos de compartir con otras comunidades parroquiales mucho más pobres, más alejadas y menos favorecidas por los sitios o las circunstancias.



La memoria de hoy es una vuelta a recuperar el compromiso con lo propio y lo diario, y entender de nuevo que no son buenas las experiencias de las manos cerradas. Dios es buen pagador, repetía Santa Teresa y repetimos nosotros en la certeza de que cuidaremos con más mimo nuestra diócesis y la comunidad que nos reparte, cada semana al menos, el Pan para los tiempos difíciles.

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