17 julio, 2010

DOMINGO XVI del TIEMPO ORDINARIO. Génesis 18, 1-10 ; Lucas 10, 38-42


Cristo en Casa de Marta y María. Wermeer

VIVIR EN CRISTO, VIVIR CON CRISTO

En todos los sentidos, el ser humano vive insatisfecho. Aguarda, como la noche a la luz, que llegue la mañana en la que sepamos, por fin, si ha sido más provechoso trabajar mucho tiempo en detrimento de la oración o más favorable la preferencia de la oración, restándole a las manos su oficio visible de hacer cosas.

Marta y María, juntas, equilibradas en el tiempo y en los hechos, serían la figura ideal que todos anhelamos para sentirnos más cerca del comportamiento verdadero. Vivir en Cristo y vivir con Cristo, sin parpadear en el estremecimiento de ecucharlo y de tenerle, pero sin dejar de cumplir con la tarea de poner en obra sus palabras.

Tienen mucho que ver las sensibilidades y el torrente de las gracias recibidas para que nos inclinemos más por la contemplación o por la acción. Cada hecho tiene su perfume y cada persona su olfato. Yo, con Rafael Guillén, creo más en la otra mitad de lo visible, en lo que sólo puede descubrirse cuando se vive en la soledad de la espesura, cuando se ha sabido cambiar la palabra por el silencio. Santa Teresa escribía que comenzó a ser felíz el día en que pudo vivir la oración. Sin ella, en vano se construye la casa, inútilmente se afanan los albañiles.

También es día para requerir del Señor un corazón hospitalario, sobre todo, en estos tiempos de desconfianza donde los huéspedes abusan y las caridades se reclaman como derechos. A más oración, habrá más conocimiento para sopesar cuando es una caricatura el bien que se ofrece o una necesidad inaplazable. Detrás de cada persona, Dios se esconde, como los caminantes que Abrahám agasajó en su tienda. Y al irse, nos anuncian siempre el hijo de la promesa, el ciento por uno de amor multiplicado.

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