04 julio, 2010

DOMINGO XIV DEL TIEMPO ORDINARIO . iSAÍAS 66,10-44 ; GÁLATAS 6, 14-18 ; LUCAS 10 1-12.17-20


LA PAZ ES UNA GUERRA

La Jerusalén sobre la que el Señor hará llegar como un río la paz es ahora la Iglesia, asediada últimamente por dolorosas intimidades que los enemigos convierten en venenos de incertidumbre; la iglesia, sin embargo, es también la acequia de Dios que va llena del agua y del fuego del Espíritu Santo. Una acequia de Amor indestructible.

Pero una vez más es necesario resaltar que la paz es un emprendimiento, una conquista que se alcanza violentando las propias inclinaciones, más llamadas al placer que a los esfuerzos. Una cruz salvadora.

Confundir paz con tranquilidad se parece mucho a la confusión tan generalizada de creer que se puede ser buen cristiano por sólo acudir al besapiés del Cristo de Medinaceli o una vez al año a la romería del Rocío " por la mucha la paz que allí se siente".

Únicamente se alcanza la paz verdadera cuando se sigue con seriedad a Jesucristo. Y, como expresa San Pablo a los Gálatas, gloriarse en su Cruz, que es signo de amor y de salvación. Que es signo de renuncia. San Juan de la Cruz confirma que Dios reina en el alma pacífica y desinteresada, es decir, en el alma que endereza su conciencia y, desnudamente, se deja revestir con las galas de la fe.

La paz no es un regalo, sino una lucha que construye la propia voluntad al modo de Dios. Después de alcanzar cada peldaño, llega una dulzura incompatible con las que pueda dar el mundo. Un río de estremecimientos. Un inmenso regazo. Una cesta llena de besos.


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