16 junio, 2012

DOMINGO XI del TIEMPO ORDINARIO. Ezequiel 17,22-24 ; Marcos 4, 26-34

cielo y granos
DOS ORILLAS

Puestos a comparar, el hombre tarda en llegar a Dios casi lo mismo que el grano sembrado hasta convertirse en cosecha. La ancha orilla que separa el grano de la espiga, se recorre únicamente subidos a la barca del esfuerzo, la oración y la paciencia.

Para que el grano de la palabra de Dios comience su tarea, es preciso abrir los surcos en la tierra herida, aventar lo cerrado y despertar los abonos que la misma naturaleza derrama desde su alforja. Herir la tierra es buscar el silencio, acomodarse a la hechura de los mandamientos y apetecer el desasimiento de todo lo criado.

La oración alisa lo escuchado en la divina Palabra,  pone música al doloroso ajuste interior, templa la imaginación y la traslada al jardín de los enamorados, donde el dolor no duele y se va al trabajo en volandas, como si el cielo te empujara.

Paciencia se ha de tener hasta que el grano muera y le dé tiempo a navegar por la sombra de la tierra, desesperadamente, en busca del fruto primero de la luz. Una vez que asoma la cabeza, el grano se vuelve trigo y el trigo se convierte Pan y el  Pan solo se basta para que las próximas heridas en la tierra duelan menos y a la oración se vaya con más apetito y en lo oscuro de la tierra alumbre siempre la luna.

Mientras tanto, la única misión del Sembrador es evitar que nada ni nadie interrumpa en el hombre el inigualable destino de su Palabra.

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