23 junio, 2012

DOMINGO XII del Tiempo Ordinario. Natividad de San Juan Bautista. Isaías 49, 1-6 ; Hechos 13, 22-26 ; Lucas 1, 57-66ss

El Bautista. Greco. M.Prado


¡VENIMOS DE TAN LEJOS!

Por mucho que se intente, nadie puede imaginar los infinitos que median entre el instante en que fuimos concebidos y la eternidad acechando detrás de las edades. Un ignorado día Dios dispuso querernos y, desde entonces,  el amor fue rodando alrededor nuestro hasta ser hoy lo que somos, confundidos aún, extrañados de que entre todos hayan urdido tantas maravillas y el misterio nos haya traído hasta aquí,  como un fruto reciente.

Seguramente nuestras madres, al sujetarnos por primera vez, exclamarían para sus adentros igual que los vecinos de Isabel se preguntaron en el nacimiento de Juan: ¿Qué será de este niño?.

Pero... ¡venimos de tan lejos!, ¡hay tantos hilos sueltos en nuestra historia! ¡Hemos recibido tal cantidad de amores y gracias, y tomadas tantas personales decisiones con sus propias consecuencias!, que ahora, en el dulce espejo del tiempo, Dios sólo desea que reconozcamos con agradecimiento la fe, ese tacto de papel de seda que nos ha conducido por fin a sentimientos estables, como jardines que hubieran estado ahí toda la vida. La fe, que borra con luz exagerada la sombra del pecado.

Juan, antes de nacer, ya saltó de gozo en el vientre de su madre. Algunos de nosotros, casi al final, con los saltos que nos permiten los huesos quebrantados, vivimos la inmensa alegría de reconocer a Jesús en el vientre de todas las cosas, en los lomos del agua, en los viejos amigos, en el dolor de algunos momentos, en los párpados blandos de los ciegos del alma... Y  saberlo dentro, recomponiendo con paciencia la perdida hermosura.


De corazón, felicidades a los Juanes

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