19 enero, 2013

DOMINGO II del TIEMPO ORDINARIO. Isaías 62,1-5 ; Juan 2, 1-11

MILAGROS Y MANERAS


El evangelista san Juan, como excelente poeta y antes de que se le cansen en el cielo de la boca las palabras, añade gestos y silencios al primero de los signos de Jesús, en Caná de Galilea, donde el vino sigue circulando por las acequias del tiempo como si fueran las anchas venas de la memoria.

Unos novios. Una fiesta larga. Una sed interminable. Un maestresala con los ojos desencajados de ver que se acaba la alegría si el vino, como parece ser, se acaba. Una queja que comienza a asomar en boca de los invitados porque ya se nota la escasez en las jarras. María, Jesús y sus discípulos allí, ahorrando bebidas. Y una súplica:

-No tienen vino...

Inevitablemente, cada vez que medito este evangelio se me figura el rostro de la Virgen azulado y enternecido, buscando la forma de remediar el daño de tantos vasos vacíos. Y elige tres palabras, tres saetas de prudente veneno que ha dirigido al Hijo con la más escueta elegancia:

-No tienen vino...

El Hijo ya sabe lo que ha de hacer. Mejor, no tiene otra alternativa que el milagro. Ante semejante manera de pedir, por más que Jesús convoque al destino que aún no ha llegado, las ánforas de agua fría destinadas a baños y abluciones se convierten en el vino deseado. Y, desde entonces, ya el milagro se irá sucediendo a sí mismo, con sola su presencia.

... Si supiéramos pedir. Si aprendiésemos a mostrar en los labios y con gestos la pobreza que nos habita, se irían llenado de vino las tinajas vacías. El señorío de la voz nace de la palabra escuchada, del Dios que modula y personaliza su conversación con nosotros. Saber trasladar a la vida con paz ese trasiego interior de la falta de vino, es la lección que nos falta para que se cumpla el milagro.


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