16 febrero, 2013

DOMINGO I de CUARESMA. Deuteronomio 26,4-10 ; Romanos 10,8-13 ; Lucas 4, 1-13


Meteora

SE PUEDE

Del mismo modo que para ejercer cualquier profesión se requiere superar una serie de pruebas, esfuerzos y voluntad firme, para desarrollar la vida de la fe es preciso someterse a las tentaciones de cada días y vencerlas. Como el Señor.

Es la única vez que el evangelio nos señala el hambre de Jesús. Y esa primera mirada a su boca nos lleva a las bocas hambrientas del mundo, a las causas de la injusta desproporción, al río interminable de familias olvidadas  que trasladan su pobreza a cualquier sitio con tal de recibir una pequeña abundancia para sus hijos. Hambre, además, tienen también las bocas de la carne, los apetitos del poder, las grandes arcas donde se guarda el dinero. 

Por eso el Señor ha multiplicado los panes y los peces para el hambre nuestro de cada día y nos ha dejado el Pan de la Vida que nos ayuda a resistir en las tentaciones de los muchos apetitos que el ser humano lleva en sus bocas despiertas.

Vivir es pelear. 

Cada mañana nos asomamos a los relojes temerosos de que las horas nos traigan batallas demasiado grandes para nuestra debilidad. El demonio insiste en ofrecernos miel para los panecillos y, al final, experimentamos  que era veneno dulce lo que nos ofrecía, cáscaras de naranja en vez de zumo. Aun así, hay días en uno se deja llevar por embelesos que dejan instantes de gozo y largas noches de fatiga. El Mal muestra su multitud de manos por todas las esquinas y nos promete paraísos abiertos al deleite y pretende enseñarnos lo fáciles que son de alcanzar tantos frutos prohibidos. El Mal, en un descuido, nos quiebra las espadas.

Aminadab, como llama san Juan de la Cruz al demonio, no cesa de tejer telas de araña para ser sus prisioneros y nos sea imposible alcanzar la paz y la buena libertad que trae el amor de Jesús... No nos dejes caer en la tentación.

Al fin, todo debiera ser tan sencillo: un pedazo de pan, una mirada, un beso. El sol con su tarea de derramar oro en los campos y la luna apaciguando el mar para que el agua pueda dormir algunas horas. Lo demás, no debe ser otra cosa que esperanza y silencio.

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