09 febrero, 2013

DOMINGO V del TIEMPO ORDINARIO. Isaías 6, 1-2ss; I Corintios 15, 1-11 ; Lucas 5, 1-11

Desde el hotel, el mar de Galilea


EL ASCUA EN LOS LABIOS


Después de las palabras heridas, de los llantos de sal por haber mirado las espaldas del mundo. Tras la conciencia clara de haberse equivocado, es remedio de santo este ascua en los labios que el profeta recibe de manos del ángel para empezar de nuevo. El asombro por la visión que Isaías tiene de Dios se reduce al espanto y al gozo de una indispensable quemadura. Santa Teresa de Jesús tiene esa misma experiencia del ángel con el dardo: nunca hubiese querido la santa que acabara por más que la flecha le doliera, por eso Bernini buscó la forma de detener en el mármol  la perplejidad de la maravilla del Espíritu Dios ardiendo sobre ella. 

También a nosotros Dios se nos presenta como fuego en lo diario. Sobre este Mediterráneo nuestro tan del alma, el sol nos habla con resplandores nuevos que se inventa la luz cuando somos capaces de mirarla. En las verbenas de todas las fiestas, Dios quiere aprovechar los contentos para decirnos que Él es el señor de la historia. Y de los sufrimientos, de las ascuas que queman, saldrán respuestas nuevas para los nuevos tiempos.

Esta mañana quise salir al mar de Estepona porque sentí nostalgia de aquel otro mar donde Jesús calmó las tempestades, encontró los mejores amigos, colmó de peces las barcas vacías que regresaban de la noche... El mar donde Pedro navegaba desnudo y se vistió de promesas. Pedí al horizonte recién aparecido un ascua y un ángel para decir palabras nuevas, para purificar la vida. Y allí me quedé un largo rato, como el que espera.


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