05 julio, 2014

DOMINGO XIV del TIEMPO ORDINARIO. Mateo 11, 25-30

APRENDED DE MÍ


Se quejaba Escipión de que su único problema era comprenderlo todo. Y puede que se doliera con motivo, porque saberlo todo de golpe es como impedir que la luna fuese creciendo desde la estrechura de sus tajadas blancas o que a un niño no le ofreciéramos la ocasión de ir reconociendo su edad en los juguetes.

Ir desarrollándose supone el gozo inmenso de abrir los ojos día a día a nuevas luces interiores, hacer propias las palabras, los gestos, las bondades de los maestros que preparaban a la noche para nosotros la inmensa sabiduría de sus perplejidades. Tanto me hubiese gustado convivir con filósofos como Séneca (de nada sirve el silencio exterior si nos agitan las pasiones). O con poetas como San Juan de la Cruz, que buscó para cada palabra un traje de sentido y hermosura. Inmenso don Antonio Machado, que cuando fue niño soñó con un caballito de cartón agitando sus crines al viento y, al despertar, se dolió de que fuera mentira. De que casi todo sea mentira. ¡Cuánta magnificencia sellada en María Zambrano que se pasó la vida intentando destacar lo divino del hombre!… Tantos, tantos, tantos como me han hecho navegar en el río sin descanso de las verdades y de las emociones.

Por eso, comprendí al instante la actitud de algunos apóstoles, como Juan, que desde el principio siguieron a Jesús embelesadamente, porque hablaba con la autoridad de la mansedumbre, con la firmeza segura de quien vive con valores y los sabe comunicar.  El Maestro, el gran Maestro, ha sido y es Jesucristo.

Hace unos días regresé de Tierra Santa y agradezco a la fe que me permitiera verlo enseñar por las calles estrechas, llorar sobre Jerusalén, curar a los enfermos, devolver la luz a los ciegos, estremecerse con el pesar de los endemoniados. Rodeado siempre de sus amigos que iban recogiendo en la cesta de la pobreza sus enseñanzas, su amor desesperado, sus ganas de transformar el mundo.

APRENDED DE MÍ

Que soy manso y humilde de corazón. Y lo que  sobre todo iba enseñando era humildad, el haberse hecho hombre siendo Dios. Con Él dejaron de existir las distancias que nos separaban del Creador y comenzar a llamarlo Padre como si tal cosa, como si los hijos lo mereciéramos.


Santa Teresa escribía que humildad es andar en verdad. Desde Jesucristo, yo me he atrevido con otra definición: humildad es poner a disposición de todos los dones recibidos.

(Foto: Basílica Monte Tabor. P.V.)

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