12 julio, 2014

DOMINGO XV del TIEMPO ORDINARIO. Isaías 55, 10-11 ; Mateo 13, 1-23

PALABRA SEMBRADA


Más de una vez me he preguntado si las nubes al abrirse sufren el parto del agua. Algún dolor habrá en esos vientres de algodón hasta que rompen en aguas, como las madres, anunciando la vida.

Dios pronuncia hoy por boca de Isaías las más bellas palabras y esta vez nos recuerda que, del mismo modo que el agua no regresa al cielo sino después de haber cumplido su tarea de organizar el crecimiento de los granos y los frutos de la vida, tampoco la palabra de Dios volverá vacía a su regazo sin antes haber dejado el corazón del hombre empapado en aguaceros de divinidad. Lo resume Enrique Gracia en su poema:

Hoy ha llovido todo el día,
dentro también,
donde tú y yo guardamos tantas cosas.

SALIÓ EL SEMBRADOR A SEMBRAR… con una mano sujetaba la alforja, con la otra esparcía la simiente. El viento, en su indolencia, desparramaba con intención los granos para que algunos se secaran en la orilla del campo; otros, junto a las piedras endurecidas de sol; sobre las zarzas, que siempre destacan por arruinarlo todo, algunos granos también cayeron. Y por fin, sin que los vaivenes del aire pudieran impedirlo, los muchos granos se asentaron en tierra buena, donde el dolor no duele y el agua de la lluvia se recrea.

A los discípulos, Jesús no tuvo necesidad de explicarles nada. El distinguido amor por ellos fue sabiduría suficiente para que la luz no les faltara a la hora de los descubrimientos.

Para los demás, sin embargo, se precisa la mano del que siembra, que son nuestras manos multiplicadas desde Él.

Y la mejor enseñanza de esta parábola es reconocer que todas las características  de ese campo están en nuestras vidas. LOS BORDES del camino en los que se desperdicia la palabra sembrada son las cuchillas de la razón, que rechazan el grano y el agua para quedarse en la sequedad de los argumentos; al fin, la filosofía es una dama hambrienta de intimidades: la palabra de Dios ha de llegar a un acuerdo con la duda, que surge del filosofar como de una fuente.

Quién no tiene PIEDRAS en su corazón?. Piedras semejantes a una letanía de tristezas que ha ido dejando el Engañador camufladas en la delicia de sus trampas. Duras siguen ahí dentro las piedras,  insatisfechas, dolidas de no ser provechosas; el grano sobre ellas es apenas un beso que resbala. También nuestras ZARZAS han herido el grano de la palabra con sus puntas afiladas: son como uñas crecidas en el butacón de la comodidad que alejan con excusas los compromisos de la fe.

La TIERRA BUENA por fin, gracias a Dios, ocupa más espacio en nuestro corazón. Y es en esa disponibilidad a recibir el agua, a embriagarse de presencias, donde el grano se hace mayor, las espigas llenan de verde nuestros desiertos y pueden alimentarse las vacas flacas del complicado tiempo que nos ha tocado vivir.


Es en la lluvia diaria de su Palabra donde Dios y nosotros guardamos… tantas cosas!  

No hay comentarios: