01 noviembre, 2014

FESTIVIDAD DE TODOS LOS SANTOS. Apocalipsis 7, 2-4ss. Mateo 5, 1-12




DIOS DIBUJADO


Cada año debe buscarse la alegría profunda en la fiesta de Todos los Santos. Si no fuera por ellos, el corazón de la Historia tendría urgente necesidad de un marcapasos.

Vemos desfilar por el Apocalipsis una columna interminable de hombres y mujeres vestidos de blanco, bañados en misterio, transparentes de sangre, y con la misma perplejidad nos preguntamos: ¿quiénes son? ¿A quiénes corresponde esa luz que nos duele en la agonía de la noche?.

Son los santos.

Cada semblante de esa muchedumbre tiene marcadas las arrugas del tiempo y en el alma la tersura de haber hecho bien lo que debían. Ellos han ido dibujando a Dios con el carboncillo de su circunstancia y, aunque no es acabada pintura, como diría fray Juan en el capítulo 12 de su Cántico, sus comportamientos han presentado al mundo el rostro de Jesucristo, como quien enseña a plena luz del día la mejor obra de arte que puede acabarse en esta vida.

Sólo cuando se tienen los ojos de Jesucristo en las entrañas dibujados, se toma conciencia del asombro gozoso que supone desprenderse de lo que no es Dios para compartir el bien y las cosas con los que aún no llegaron a esa posesión.

Son los santos.

Los cristianos tenemos la suerte de que nuestro Dios no es una fosforescencia que aparece de vez en cuando alrededor de la luna, sino que tiene rostro en Jesucristo, manos y corazón en Jesucristo, voluntad y besos en la persona de Jesucristo, muerte y vida en el Hijo de Dios crucificado. Son santos los que trasladan al mundo de hoy el venero infatigable de sus vidas, agrandadas por el milagro de la fe, quienes saben alegrar la tristeza de los días en que el Maligno apaga el horno para que no se dore el pan, quienes ponen leche en la taza vacía… siguiendo a Jesucristo.

Ya lo aconsejaba Epicuro: para corregir los vicios y acrecentar las virtudes hemos de elegir un modelo. Los santos han elegido al Hijo de Dios y hoy nos invitan a que sea también el nuestro: en cada mano un carboncillo que comience a dibujar su rostro, en cada gesto un color, en cada fuego la quemadura de la luz sobre lo oscuro… hasta llegar al equilibrio de una obra de arte donde el amor sea un hechizo y su historia
una honda palangana donde lavar los pasos equivocados de los hombres.


Los pájaros no tiene miedo a que se quiebre la rama donde se posan: ellos confían en sus alas. Los santos, tampoco: Dios les ha enseñado a volar.

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