10 enero, 2015

DOMINGO DEL BAUTISMO DEL SEÑOR. Isaías 42, 1-4 ; Hechos 10, 34-38 ; Marcos 1, 7-11

(Foto: magnolio en flor)

LAS IMPOTENCIAS DEL AGUA


Sembrado en la otra orilla, donde apenas si el agua le llegaba, el magnolio no creció lo que todos esperábamos ni pudo desarrollar el rosa de su flor tan blanca. Para más tristeza, la luz parecía inútil cuando le llegaba cansada en los inviernos. Sin más agua que la escasa del viento, sin que la luz le amara, el magnolio se fue muriendo entre descuidos.

Así el hombre. Así la vida.

Achicados por ausencia de la luz y del agua, es frecuente ver a magnolios humanos cruzar el tiempo, los barrios, las casas, las familias sin la flor necesaria. Aparentemente se puede vivir sin el agua bautismal de Jesucristo, sin la luz de Dios, pero caerán pronto las flores a la alfombra del suelo y los frutos, aunque vistosos, no serán sino granos vacíos.

El agua es impotente si no abrimos acequias alrededor que favorezcan su visita: Dios no se desborda privándonos de libertad. Si la luz de la fe tiene que abrirse paso, a codazos, ante una multitud de sombras, llega débil al verde de la hoja. El libro de los Hechos, en su capítulo de hoy, identifica a Jesucristo como el que pasó por el mundo haciendo el bien gracias a que Dios lo acompañaba. El magnolio sin agua y sin luz no perfuma ni hermosea. El ser humano, sin la sustancia del Bautismo, sufre la soledad de los desiertos.

Bautizados, nos incorporamos a la familia del que salva de la mejor manera, como refiere Isaías, sin gritos, sin clamores, sin voces por las calles del alma. Dios salva en  musical silencio y hoy nos pide unirnos a esa tarea eficaz y callada. Gamoneda lo perfila en un ramo de profundas palabras:

La música se alza
de un pozo de silencio,
es labranza del aire
y ha entrado en mí. Ahora es
música mi pensamiento.


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