14 octubre, 2005

DOMINGO XXIX del Tiempo Ordinario Mateo 22, 15-22



AL CESAR LO QUE ES DEL CÉSAR

La moneda en la mano de los hipócritas, la pretensión por parte de los fariseos de sorprender a Jesús, la ironía de llamarle Maestro, los tributos, Dios y el César... todo se junta para una respuesta atinada y esclarecedora.

También a lo largo de los tiempos hemos usado este pasaje evangélico para interpretar, interesadamente, lo que nos conviene de Dios y lo que nos aprovecha del César. Con esta frase en la boca se ha argumentado la conveniencia de decirle a los curas que se queden quietos en sus misas con el propósito de seguir ellos en sus trampas sin ser señalados por nadie que pueda, con razón, importunarles.

La Iglesia, a la sacristía; y parte de la sociedad, mientras, a seguir con sus máscaras y sus medias palabras, sus enredos y aprovechamientos, porque importa sellar la boca a los que pueden influir con los valores de la fe. Aunque también puede ser verdad que los sacerdotes tengamos demasiadas veces palabras de "césar" y pocas palabras de Dios.

De ninguna manera esta frase evangélica quiere significar la separación de lo íntimo con lo público, de lo religioso con lo social. Es precisamente lo que se elabora en las entrañas, por el concurso de la gracia de Dios y del esfuerzo del hombre, aquello que trasluce y sale al exterior solicitando, juzgando, anunicando que sólo la Verdad nos hace libres y que no hay dos clases de libertades: la de dentro y la de fuera, sino una sola que abarca a la persona entera con la intención de quitarle las cadenas al mundo. En una palabra, olvidan los interesados que el César también es de Dios.

Y A DIOS LO QUE ES DE DIOS

La distinción a que se refiere Jesús entre dar a uno y a otro lo que por separado les corresponde, ataca a aquellos que pretender "usar" a Dios para manipular aquellas contribuciones a las que, como ciudadanos, estamos obligados a ejercer. No se puede, por ejemplo, argumentar que los cristianos estamos exentos de cumplir la ley positiva porque ya cumplimos con la ley de Dios. Precisamente por serlo, los cristianos debemos hacerlo como signo de coherencia, de comunión y de ejemplo. La solidaridad, desde Dios, alcanza mayores profundidades.

Recuerdo el aciago día de las torres gemelas neoyorkinas. A poco de la tragedia, se vio salir de los escombros a un grupo de bomberos con sus cascos amarillos: buscaban a alguien. Ellos eran católicos y solicitaban la presencia de un sacerdote que les absolviera. Llegó de inmediato y les perdonó en nombre de Dios sus pecados. Volvieron a entrar, "con otro aire" en los túneles de la tragedia... y ya no salieron más. Cumplieron como ciudadanos, pero lo hicieron por Dios y desde Dios.

Cada uno de nosotros se levanta todas las mañana con una moneda en el bolsillo del sueño. Una moneda, con dos caras indivisibles, que sirve para comprar las necesidades de cada día pero que, juntadas con las de todo el mundo en montaña de plata, no servirían para comprar la paz del alma: ella solo es de Dios.