08 octubre, 2005

DOMINGO XXVIII del Tiempo ordinario. Isaías 25, 6-10; Mateo 22, 1-14


TODOS OCUPADOS


Es incomprensible que ante una fiesta de bodas tan prometedora, los invitados decidan no ir, alegando excusas que no se sostienen: un rey que casa a su hijo y, ni siquiera por la estricta educación de quien convoca, acuden comensales que acepten compartir esa alegría. Nos cuesta trabajo creerlo, pero es palabra de Dios y nuestros ojos lo están viendo.

Dice San Juan de la Cruz que todos hemos sido llamados a las bodas con el Hijo, que nuestra misión y destino no es sólo ir a la boda, sino que nuestras almas han sido elegidas para ser las esposas del Novio... Un buen partido es casarnos con Dios y adormecerse en su pecho a la espera de que florezcan en sus labios las granadas. Sin embargo, por desconfianza quizá, puede que por miedo a que sea una trampa tanta generosidad, los invitados no acuden porque en el fondo no se creen tanto regalo.

A Dios le gustan las mesas largas, los platos rebosantes de manjares y el corazón de sus hijos abierto sobre los manteles. Así debe ser la fiesta de la Eucaristía. Banquete al que luego llega el Novio y derrama los vinos del amor en todos los labios. Para la Misa de los domingos, muchos tienen compromisos --una multitud de banquetes insípidos-- y no calculan aún cuántos sabores se pierden.


VESTIDOS DE LIMPIO

Como no acuden al banquete los que deben y semejante comida es una ofensa al hambre del mundo que se desperdicie, el padre del Novio pide a sus servidores que salgan a los caminos y repartan invitaciones a cuantos encuentren por las calles, sin distinción.

Como en este domingo casi todo es sorprendente, también nos sorprende que, tras la última convocatoria a la fiesta donde supuestamente caben todos, el Padre repare en un comensal que ha osado presentarse sin el vestido apropiado y limpio para un banquete. ¿No habías dicho que todos serían bien recibidos?.

Nos equivocamos creyendo que Dios ofrece al hombre un amor bobo, sin condiciones y sin composturas. Su invitación es amplísima, aunque exige alguna condición: que el invitado llegue a la intimidad de su casa con el vestido de un amor responsable. No vale el "yo soy cristiano a mi manera" ó "no hace falta ir a Misa para ser bueno"... eso son trajes hechos en casa a la medida de los egoísmos. Para casarse con Dios hace falta un traje de alta costura: saberse hermanos de pan y manjares en el mismo banquete de la vida: la espiritualidad obliga a esa suprema elegancia.