26 noviembre, 2005

DOMINGO PRIMERO DE ADVIENTO Marcos 13, 33-37


HAMLET YA NO DUDA


Se vuelve morada la liturgia para adentrarse en sí misma y recapacitar cómo debe ser cualquier espera y, con más razón, cuando se espera a Dios. Aunque lo más urgente, quizá, sea aprender a esperarse a uno mismo.

Se está procurando que nuestra vida sea una raya banal interminable, una infinita sucesión de nadas que entretienen, mientras el tiempo se pasea sobre nosotros como un fantasma que sólo le importase distraer a los dueños del castillo. Se niega la cultura derramando sus vasos sobre institutos o centros de enseñanza en donde nuestros hijos van sin ganas porque nos ven sin ganas a nosotros: somos los primeros ignorantes de Europa y seguimos empeñados en deshacer el camino por donde hemos venido, empeñados en secar el mar que nos ha dado peces y permitido travesías. Casi todo son leyes, certezas que no pueden cumplirse, abanicos ahogados en espuma. Poco queda del alma, casi nada del pensamiento y de Dios, que como náufrago se mantiene en vilo, quedan en Él intactos el amor y las ansias.

Sócrates ya advertía que de las cosas que se saben no hay razón para opinar. Poco debemos saber en este mundo nuestro porque opinamos de todo sin apenas saber alguna cosa. Y estamos seguros que sólo la razón y lo razonable nos llevará a destino. Hamlet ya no duda y nos están dando dineros para que en cada casa construyamos una torre de babel con mucha altura para que el vértigo no nos permita ver dónde está la verdad.

Puede, como digo, que esperarnos a nosotros mismos sea lo más urgente: sepamos desvelar los secretos de nuestro corazón con el diccionario de la verdad que, hasta el día de hoy, sólo Jesucristo ha vivido enteramente.





AL MENOS LA ESPERANZA

Los sueños, el amor, las heridas, la muerte, la soledad, el tiempo... toda la vida se empobrece sin esperanza, esa continua prolongación del hambre que aguarda sentirse alguna vez colmada.

Esperar es el distintivo más claro de los seres humanos porque sólo los humanos, de tan infinitos, no nos bastamos anosotros mismos. Lo aclara San Juan de la Cruz: "el corazón del hombre no se satisface con menos que Dios"; del mismo modo que San Agustín descubre que su alma no descansará hasta que llegue a Él.

El Adviento es otra oportunidad que Jesucristo nos ofrece para que sepamos esperarlo y no tenga otra vez que irse de vacío. Y necesariamente hemos de aguardarle en noche y a solas, despojados de cualquier equipaje mental que nos impida reconocer a las estrellas como "letras de luz, misterios encendidos" por donde Dios ablanda los horizontes de lo oscuro hasta que llega la mañana prometida.

Cualquier noche, posiblemente cuando más cansados de esperar estemos, una de esas estrellas se hará mayor de pronto, de pronto más encendida, para anunciarnos que es de día porque Dios ha nacido para leernos la luz y desde sus palabras al fin podamos entender que únicamente el que lo desee seguirá estando a dos velas.


(Nota: En la foto, reliquias de la santa cuna en Santa María la Mayor. Roma)

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