29 noviembre, 2005

DOMINGO SEGUNDO DE ADVIENTO Marcos 1, 1-8


EL COMIENZO DE LA LIBERTAD

Vuelve Israel a su tierra y Dios comienza el capítulo cuarenta de Isaías consolando a su pueblo: "hablad con cariño a Jerusalén y decidle que su esclavitud ha terminado"... Son las más hermosas palabras de reconciliación y de esperanza que hayan salido del corazón de Dios. Y esas palabras nos anuncian un tiempo libre y joven, un estreno de amor inconfundible.

Porque Dios rompe las cadenas de su pueblo como únicamente pueden romperse las cadenas: amando. Es Jesús quien más tarde pone en evidencia la promesa, quien viene pequeño y callado, escondido para estallar a los treinta años con el corazón en la boca. El Padre anunció la libertad y el Hijo nos inunda ahora de amor para cumplirla. Sólo amando se es libre, aunque sólo el amor nos encadene.



LA ARENA Y EL AGUA

"El que viene detrás de mí"... A veces he pensado cómo habría imaginado Juan la llegada del Mesías. Puede que muchas tardes se asomara a la arena del desierto a quedarse allí quieto, detenido por su propia esperanza, y se figurara que vendría en un oleaje de vientos, lleno de brisa y majestad. Él, por si acaso, prefirió quedarse a solas, mirándose en el espejo de la plenitud que ya intuía, y ensimismarse en el perfil de su propia locura. Se abstiene de comer, prescinde de los amigos y aguarda el eco de su voz clamando en el desierto.

¿Con qué austeridad esperamos a Jesús?. ¿De quién o de qué hemos sabido resguardarnos?. Hay cosas que únicamente a solas pueden vivirse de lleno, momentos en que sobra hasta la luz porque es más luz la que se espera... Que cuando Cristo llegue no nos encuentre aturdidos por la rutina de cada día.

Él nos bautizará en Espíritu Santo y fuego: el agua se habrá de volver llamarada, en alas se convertirá nuestro Bautismo y el Amor, desde Cristo, será una escalera larga de subir y bajar hasta que nos encuentre.