11 diciembre, 2005

DOMINGO TERCERO DE ADVIENTO Isaías 61, 1ss. Juan 1,6-8.19-28



EL GOZO DE ISAÍAS

El gozo que desborda a Isaías se asienta fundamentalmente en descubrir lo que Dios le ha pedido, ungiéndolo: que dé luz a los ciegos, libertad a los encarcelados, un año de gracia y bendición para todos, y toda clase de joyas, adornos y coronas de justicia para el pueblo que nazca de semejante convivencia.

El gozo de Isaías también se debe a que, desde Dios, esto es posible.

La paz, la concordia, la solidaridad, la justicia... es lo que precisamente buscan alcanzar los sistemas políticos bienintencionados de todos los países, el único problema es que lo quieren hacer sin Dios y aquí radica el continuo comienzo de una rueda que nunca llega a destino. Sin Dios, no se avanza. El ser humano, que en principio sueña con el bien común, pronto cae en la tentación de enriquecer a su familia o a su partido, a su nacioncita o a cualquier otra opción que le envanezca.

Los buenos propósitos de Lula en Brasil, de las Naciones Unidas con el intercambio de petróleo por alimentos. Lo que sucede en España y la ambición de algunas autonomías, con sus particularidades y sus pretendidos derechos históricos, no son otra cosa que gobiernos sin Dios en los que, precisamente por echar a Dios a un lado, sólo destacan los egoísmos. El resultado siempre es la confusión de Babel, el desentendimiento de Babel, el fracaso de Babel.

JUAN SIN TIERRA. JUAN SIN NOMBRE

En el desierto, lleno de arena hasta los ojos, visitiendo las pieles que podías, lleno tu corazón de sorpresas, adivinando horizontes, superando los miedos, clavando en los demás la alegría de saber tu destino, Juan, amigo, también te preguntamos: ¿quién eres?, ¿cómo te llamas a tí mismo que no nos has querido decir tu nombre?. Sabemos que te llamas Juan, pero tú no has querido pronunciarlo, sólo referir que no eres el Mesías, que mucho menos el profeta, que sólo eres la voz que intenta pronunciar la Palabra. Una voz llena de arena, pero una voz ilusionada; frágil, pero firme. Una voz que va a levantar su pañuelo para decir adiós, pero con el inmenso gozo de saber que el mundo mantendrá en alto, y siempre, la Palabra.