09 enero, 2010

EL BAUTISMO DEL SEÑOR. Isaías 42, 1-4ss ; Hechos 10, 34-38 ; Lucas 3,15ss

HACIENDO EL BIEN

Como siempre es hermosa la descripción que hace Isaías sobre la personalidad, el estilo y el destino que trae a este mundo el Señor-Jesús. No gritará. No apagará el pábilo vacilante. Abrirá los ojos a los ciegos... La suprema elegancia de ser, de convivir y de regalar de Jesucristo, será siempre para el mundo una interminable huella de bien que echará en falta cualquier corazón que no lo sepa.


Vivimos con nuestros fantasmas dentro, que nos traen, que nos llevan, que nos asustan, que no nos dejan fijar la luz en ninguna duda. Fantasmas que no detectan el bien por hacer y que terminarán pasándonos factura de las sombras. Quedan pendientes los trabajos del alma que sólo pueden concluirse cuando nos quedamos solos a solas con Dios y allí, con él, el cristal tiene tiempo de fabricar su sueño, que nos diría el poeta.
Cristo pasa por la vida haciendo el bien... porque Dios estaba con Él. Con Él y sólo con Él construiremos un mundo que merezca la pena.

ESPÍRITU SANTO Y FUEGO

Dice San Lucas que en aquel tiempo el pueblo estaba en expectación al no tener claro quien podía ser el Mesías, el liberador. Pasan los años y los siglos con la misma angustia clavada en las entrañas. ¿Quién podrá liberarnos de las dañinas circunstancias, quién de nosotros mismos, de nuestras inclinaciones, de nuestro barro sin cuajar?

Puede que a estas alturas lo hayamos aprendido. Más aún, estamos convencidos que el Espíritu Santo mora en nuestra vida de creyentes y gime y ennoblece los proyectos, como santifica diariamente nuestras familias. Nos falta, sin embargo, el fuego: Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego, señala hoy el evangelio, aunque bien tenemos experimentado que, con excesiva frecuencia, vagan las cenizas por los laberintos del cansancio. El ardor se contagia, se precipita, busca salidas a su propia quemadura. El fuego de la fe en nosotros debería ser un clamor sin gritos, una existencia comprometida que nos descubriese ante los demás gozosos y llameantes.

¡Ven, Espíritu Santo, y alcánzanos para siempre el fuego de tu amor!













































































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