22 diciembre, 2012

IV DOMINGO de ADVIENTO. Miqueas 5,1-4 ; Salmo 79 ; Lucas 1,39-45

Las primas embarazadas

UN HIMNO A LO PEQUEÑO


Puede que lo verdaderamente grande sea invisible y en el pequeño Belén de cada tiempo sigan naciendo salvadores.  Este cuarto domingo de adviento sale al paso de la grandeza con un ramo de luces en la mano para cantar con Miqueas que Belén, el más insignificante de los pueblos, será la altísima torre donde descansen las palomas y los vientos, las necesidades y los sueños, donde el amor se divulgue como un secreto a voces. Desde Jesús, nadie en Belén puede ya dormir con los ojos cerrados.

Pequeña y humilde es la voz que clama en el salmo 79: Ven y restáuranos. Como porcelanas quebradas, nuestras vidas se han deshecho en mil pedazos. Aquellos entusiasmos de ayer, las  dulces promesas de fidelidad, la convicción de que nadie iba a apagar la eterna juventud de las ideas... casi todo se entristece hoy a los pies de los huracanes. Ven, Señor, y restaura a su primitiva inocencia los trocitos de ahora. Ven, Señor, y ofrece horizontes posibles, desde nosotros,  a los que no tienen trabajo, a los que el frío no les deja soñar en los portales, a los que no saben que la droga es una tristeza enmascarada.

Y más pequeño aún es Juan en el vientre de su madre. Oculto aún, pero saltando de alegría, nos invita a considerar que el creyente siempre será feliz desde las rutinas de verse, en la contemplación de las estrellas, con la sola visita de las familias. Por sentirse pequeña, el Espíritu de Dios hizo maravillas en María, como gracias al agua crece hasta el cielo la palmera.

También, en pequeños jardines solitarios nacen, para salvarnos un poco, los poemas.

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