08 junio, 2013

DOMINGO X del TIEMPO ORDINARIO. I Reyes 1, 17ss ; Lucas 7, 11-17

Llanto de madre


DIOS HUMANADO

La lástima, igual que la compasión, nunca se queda quieta ante el sufrimiento ajeno. Y si quieta se quedara, luego se vomitaría a sí misma en forma de tristeza, de desaliento, de llanto frío sobre la mejilla del tiempo.

En Montoro, íbamos  de niños hasta La Silera a despedir a los muertos. Allí, frente a una casa de tres balcones, el cura salpicaba con el agua bendita unas palabras en latín y los deudos lloraban más intensamente, confirmando para sí lo irremediable. Recuerdo que aquella tarde llevaban a enterrar a un joven que se había ahogado en su pozo, quién sabe si  en un intento de alcanzar estrellas. Fue la primera de las muchas veces que me pregunté: -¿Nadie puede hacer nada?. ¿Qué flor, qué aliento podría mover la sangre de este muchacho que se ha quedado quieta, amarilla, tendida sobre la tarde?... Los cipreses, al fondo, sólo podían calmar el viento y serenar la sombra.

La viuda de Naín, que san Lucas  refiere en el evangelio de hoy, tuvo más suerte en su llanto por el hijo: Jesús pasaba por allí. Jesucristo, el Dios humanado de los místicos, no pudo tampoco ese día soportar el fuego de la lágrima y echó mano a la vida para que la vida recuperase el corazón del hijo y la esperanza de la madre. En tantas ocasiones hizo Jesús lo mismo que, por atrevido que parezca, el evangelio todo no es más que un levantamiento de cadáveres, un resurgir de vida, un acabar del todo con la pena.

...También nosotros podríamos hacer algo ante el desconsuelo de la muerte, frente a los que aguardan algo de nuestra presencia. Según se tenga, así se podrá dar, Ángel González nos lo recuerda: 

Cuando tengas dinero regálame un anillo,
cuando no tengas nada dame una esquina de tu boca.

Desolaciones, abandonos, muertes, pobreza... hoy a nuestro alrededor. A veces, podremos regalar un anillo; otras, siempre, una plegaria y un beso.

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