16 junio, 2013

DOMINGO XI del TIEMPO ORDINARIO. II Samuel 12, 7-2= ; Gálatas 2, 16 ; Lucas 7, 36ss

Sagrario  de nuestra Pquia. 

EL PERDÓN Y LOS DETALLES


Tres lecturas, tres ideas, tres breves comentarios.

DAVID. Lo tenía todo. Dios le había otorgado riquezas, inteligencia, esposas y hermosura, pero se fija en Betsabé y es capaz de matar al marido para quedarse con ella. Dios le perdona, pero no le permite que construya un templo para adorar a la Divinidad que tanto había ofendido en su único mandamiento: el amor.

En nuestro mundo, muchos de los grandes tampoco se conforman con la abundancia que ofrecen los títulos, los honores, las sustanciosas economías de sus buenos sueldos, quieren apropiarse de las mujeres del otro, de los dineros del otro, del bienestar legítimo del otro. Y se disponen a robarle si hace falta, aunque se queden los demás a la intemperie, con tal de calmar un poco su ambición desmedida... Éstos, han de ser apartados del resto de los sanos. No son de fiar. Es imposible  construir con ellos una feliz convivencia.

LAS LEYES. El derecho romano, que tanto bien ha hecho organizando derechos y deberes, ha influido a veces exageradamente en las relaciones humanas y, con más peligro, en las relaciones divinas. Todos conocemos personas atormentadas porque establecimos un pecatómetro para medir sus conductas. ¡Cuántas veces hemos otorgado a Dios cosas que Dios no ha dicho! ¡En cuántas ocasiones le hemos hecho cómplice de nuestra estrechura mental impidiendo que nos relacionemos con un Padre generoso porque nos habían presentado a un juez inflexible!... El hombre no se justifica por la ley, que es necesaria como pedadogo que nos orienta y nos lleva, pero que sólo es un instrumento que no precisan los justos.

MARÍA MAGDALENA. ¡Tanta osadía novelesca se ha escrito en torno a María Magdalena, que ni siquiera merece la pena comentario alguno!. En el evangelio de san Lucas, se nos presenta a una mujer que se  adentra en una casa en la que Jesús había sido invitado. Y allí le besa los pies, derrama sobre ellos perfume y llora, al parecer sin consuelo. Oficialmente es una pecadora a la que el Señor no le pregunta en qué consistieron sus pecados: interpreta su llanto como una mujer que ama y solicita misericordia. Nada le recrimina. Sin embargo, al anfitrión sí le amonesta por no haberle preparado la jofaina con agua, por no haberle besado al entrar... por no ser cortés ni educado. A Jesús le duele la falta de detalles, los gestos que no cualificaron su presencia, el desentendimiento que mostraron con Él como principal invitado.

...Cada vez se prodigan con más intensidad en nuestras iglesias la escasa elegancia de trato con nuestro Señor. Él está allí, en el Sagrario, reclamando una palabra, una mirada... y los demás charlando a sus espaldas, como si allí no hubiera nadie, como si a nadie le importara. Puede que el pecado más grande sea no darle a Dios su sitio, reducirlo a un cumplimiento, olvidarse siquiera de mirarlo.


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