30 junio, 2013

DOMINGO XIII del TIEMPO ORDINARIO. I Reyes 19, 16ss ; Gálatas 5, 1.13-18 ; Lucas 9,51-62

S. Juan de Letrán. Roma


EL SEGUIMIENTO


En la catedral de Roma, con una altura más que de hombres, supo distinguir Bernini en el rostro de los apóstoles el modo que tuvo cada uno de seguir a Jesucristo. Artistas como él llevan al mármol acertadamente la radiografía del alma. Buscó Bernini en la memoria de los apóstoles la emoción antigua en sus formas de querer y proclamó en sus ojos, en la punta levantada de sus dedos,  aquel desbordamiento en el seguir, aquella flor en sus labios.

Si en un espacio tan pequeño como la yema de un dedo caben todas las diferencias de los hombres, cómo no van a caber en la voluntad una multitud de naufragios y búsquedas, de interpretaciones y arrebatos, de luchas, cansancios y ruinas. También de dardos felices, de amores y seguimientos dislocados. Nadie es igual y nadie debe serlo, porque vivir es renunciar y cada uno renuncia a lo que le da la gana, cuando la gana que se deja es menor que la gana que se alcanza.

Seguir a Jesucristo es una aventura con algunos filos de razón. Para que se cumpla medianamente en cada uno se precisa un cierto equipaje de locura y una sensatez que a ratos la organice; estar entrenados para una guerra continua en la que pocas veces las flechas dan en la diana y en la que casi siempre la sangre del deber nos devuelve marchitos los deseos. Estar convencidos de que el mar nunca cabrá en lo redondo de un pozo. Todo esto y más. Para seguir a Jesucristo es preciso buscar la inteligencia de amor que trae una mañana concreta y agradecer a ciegas el crecimiento de la esperanza.

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